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Merodeando por la "selva oscura".

Este fin de semana, huyendo un poco del estrés de la vida cotidiana, fui a la montaña, a los Apeninos, esta cordillera tan increíble que cruza Italia entera por la parte longitudinal. Cuando uno se refugia en el bosque, se acuerda de sí mismo. Así como pasa con la playa, sobre todo fuera de los horarios y de los momentos convencionales. Volver a la naturaleza nos recuerda lo mucho que somos seres corpóreos, que vienen de la tierra, del agua y de las sustancias tangibles. 


Si podemos huir y encontrar un momento para recobrar este contacto es ideal: regenera la mente, tranquiliza el cuerpo, mejora el humor y todo nuestro ser, pero si no podemos escaparnos de la rutina, la poesía nos puede ayudar, ya que se alimenta de estas sensaciones primitivas. Cuando hablamos de figuras retóricas sensoriales, normalmente es justo eso: el poeta vuelve a reproducir lo que nuestro cuerpo siente en contacto con el mundo exterior. Vivimos sumergidos en un mundo tecnológico y digital que intenta borrar nuestra relación con la parte real, concreta, incluso escatológica de nuestro cuerpo, pero a mi ver necesitamos no perder el hilo salvífico con nuestra condición primordial y animal. A través de los  sentidos y de los instintos, los hombres siempre han sobrevivido y han existido en el mundo. Ningún ser racional puede prescindir de sus facultades instintivas: no las podemos evitar y si las suprimimos obtenemos solo que se vuelvan en contra de nosotros porque perdemos el control sobre las mismas y nos dominan. 


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“Hay cuadros sublimes en la naturaleza que conmueven de una manera extraña e indefinible, sin que nos sea posible juzgar de nuestros mismos sentimientos en aquellos instantes en que no nos pertenecemos.

Un poeta, un artista, que de repente se hallara transportado a aquellas riberas salvajes, enmudecería de admiración al ver un tan grandioso desorden, al escuchar aquellos acentos gemidores de la naturaleza que no sabemos si se irrita, o si reza o llora, implorando al ser que la gobierna; y, sin embargo, todos los que se hallaban allí, mudos testigos de tan conmovedor espectáculo, no veían más que truenos y relámpagos que les causaban miedo y una mar irritada que amenazaba romper la red en que tenían todo su tesoro”.

La hija del mar, R. De Castro


Y mi mente vuelve al romanticismo, con las palabras magistrales de Rosalía de Castro, esta impresionante escritora que poderosamente cultiva sus versos y su prosa en la Naturaleza, espejo y reflejo del alma humana, pero también poderosa energía del universo, creadora de caos y belleza. Cuando estudiaba los románticos en el colegio siempre me había focalizado en su enorme tensión hacia el amor, amor imposible, ciego, irracional pero fuente de vida. Envejeciendo lo que me fascina cada vez más de este movimiento es el intento de explorar aquellas parte que los seres humanos, “evolucionando” intentan olvidar: las emociones, nuestra mitad oscura, el desorden bacanal que llevamos dentro, la desarmonía, el espectáculo de la naturaleza implacable y devastadora, cuya seducción es arcana como el canto de las sirenas, como la de la mismísima muerte que se manifiesta a nuestro alrededor. 


Recuerdo una historia quizás de algún profesor, o por allí lo leí en algún ensayo, no recuerdo bien… Johanna Henriette Schopenhauer, escritora y madre del famoso filósofo, contaba que cruzando los Alpes en los carruajes a muchas mujeres se les obligaba a cerrar las cortinillas para no ver el espectáculo sublime de la naturaleza, considerado “demasiado fuerte” para una señora. No sé si esta anécdota me genera más rabia o risa. Seguramente me lleva a una reflexión: tratar de controlar la relación de las mujeres con la naturaleza (y por consecuencia con su propio cuerpo), siempre ha sido uno de los métodos preferidos de las sociedad patriarcal para controlar a las mujeres mismas y dejarlas relegadas en las cocinas o en los salones de baile y este cuento demuestra cómo se fue construyendo una retórica que nos ve como seres débiles y sensibles a todo tipo de demostración de fuerza, intensidad, belleza, fealdad etc…cosa que realmente se hace casi cómica si pensamos en qué modo las mujeres están predestinadas por la Naturaleza misma al dar a luz. 

De una mujer extraordinariamente fuerte e inteligente vienen estos versos que me estremecen, pero me llenan de belleza como un atardecer en la montaña: 


Ya te hundes, sol; mis aguas se coloran

de llamaradas por morir; ya cae

mi corazón desenhebrado, y trae,

la noche, filos que en el viento lloran.


Ya en opacas orillas se avizoran

manadas negras; ya mi lengua atrae

betún de muerte; y ya no se distrae

de mí, la espina; y sombras me devoran.


Pellejo muerto, el sol, se tumba al cabo

Como un perro girando sobre el rabo,

la tierra se echa a descansar, cansada.


Mano huesosa apaga los luceros:

Chirrían, pedregosos sus senderos,

con la pupila negra y descarnada.


(“Paisaje de amor muerto”, Alfonsina Storni)



Con estos versos, Storini demuestran cómo y con qué necesidad a menudo hay que ahondar en la parte más oscura de nosotros, encontrando en la naturaleza las imágenes que simétricamente pueden describir el dolor, la desesperación. Por mucho que el mundo intente huir de la parte más espantosa de la vida y de la mortalidad del cuerpo que tanto nos asusta, allí en “la selva oscura” de nuestro Yo está la clave de la esencia humana y allí a veces necesitamos perdernos o encontrarnos.  


 
 
 

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