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Barcelona: un rostro y mil caras.

Barcelona era la puerta de Europa.

Gabriel García Márquez


Mil perfumes y mil colores, mil caras tiene Barcelona.

Joan Manuel Serrat




Cuando pienso en Barcelona, pienso en Pepe Carvalho que merodea por la ciudad husmeando entre los oscuros secretos de la gente, recorriendo restaurantes y buena comida (y mejor bebida) para olvidar la pesadez de su trabajo y quizás la sórdida realidad de la sociedad. El famoso detective salido del genio creador Manuel Vázquez Montalbán sigue siendo un icono de mirada cínica sobre el presente, tan real como si hubiera nacido ayer, sobrevivido al escritor mismo ya que  como dice el Augusto Pérez a Unamuno en “Niebla” son los personajes la verdadera creación destinada a durar en el tiempo en espacio: 


“No sea, mi querido don Miguel —añadió—, que sea usted y no yo el

ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea

que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mun-

do…”


La verdad es que los echo de menos a los dos, a Carvalho y  a Montalbán y me acordé de ellos justo la semana pasada cuando estuve en Barcelona con un grupo de estudiantes para un intercambio “Erasmus”. 



Todas las contradicciones de una metrópolis porteña aparecieron delante de mis ojos y me recordé de la crítica radical del escritor, con los matices de cariño hacia los más humildes, los emigrados, los olvidados, los delincuentes, los pobres, los marginados que poco tienen que ver con la Barcelona del Paseo de Gracia con su imperio de la burguesía catalana y el esplendor del modernismo. Mientras paseaba por allí, me preguntaba también cómo la fuerza propulsora de una clase social en su tiempo lungimirante había acabado siendo un monumento al lujo hortera  y cómo la globalización salvaje y bulímica en la que estamos sumergido, había logrado transformar el mismísimo Gaudí en un producto de masa (lo tenemos tan visto en las imágenes cotidianas, que ya nos ha saturado la vista y la emoción). 


Por otra parte, bajando por las Ramblas, templo de la vivacidad barcelonesa, me dio como la impresión de que el turismo masivo y cierta incuria la habían transformado en un lugar grotesco, con poco o poquísimos lugares que hablan del pasado y del alma de la ciudad. 


Quizás para sentirse en Cataluña con su espíritu imprenditorial y su buen humor hay que irse a los barrios que antes fueron pueblo, como Gracia: allí me pareció respirar cierta armonía que solo tiene una ciudad que vive, que existe y ha existido en el tiempo, que recupera su memoria, se piense por ejemplo en los refugios antiaéreos de la guerra civil, ahora abiertos al público o las tiendas artesanales que tratan de unir el comercio a un ética sostenible. Y entonces Barcelona asoma en las palabras de Orwell, como la ciudad de la resistencia y de la igualdad: “El aspecto de Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad en la que la clase trabajadora llevaba las riendas”.


Estuvimos recorriendo con mis colegas un montón de lugares, de Ciudad Sant Adriá donde alojamos (un barrio étnico que podría estar en cualquier lugar del mundo), Besós, la Villa Olímpica y hasta el borde de la Mina, cuya fama le precede y queda en el imaginario colectivo gracias a pelis del cine quinqui como “El vaquilla”. Visitamos las playas urbanas que se intentan recuperar para dar unos espacios respirables a las personas que viven en áreas marginales y para descontaminar el agua que ha subido lo peor de la industrialización, tratando sanear unas zonas que hablan del crecimiento masivo y no siempre libre del pecado. 


Los barrios de Barcelona se alternan como si fueran espacios separados, con gente completamente distinta incluso diferenciada por el idioma: el catalán casi en extinción no obstante el empuje político, el castellano lengua de la mayoría de los migrantes que viven allí desde más de una generación, el inglés de los turistas, las lenguas de los emigrados de China, Bangladesh, Marruecos, ecc… 



Es una ciudad que desilusiona si se va con el intento de visitar un centro histórico y monumental que prácticamente no existe (si dejamos aparte el barrio gótico), o si uno piensa visitar una capital armónica y equilibrada como podría parecer por su geometría vista de lo alto, sin embargo a mi me dio la impresión de ser una ciudad auténtica o por lo menos que lo sea el contraste de todos sus aspectos, que son generalmente exhibidos a la luz del sol. Me parece una ciudad que tiene mucho que decir sobre la modernidad, la convivencia entre clases sociales, sobre cuanto y como a veces nos alejamos de una utopía para crear un mundo que corresponde a los diferentes matices del presente. 


Para la inmensa mayoría de los seres humanos, terminada la educación General Básica, su conciencia va a depender del choque directo con lo real y de los medios de información. (V. Montalabán) 


En este sentido creo que Barcelona crea un buen choque con lo real, necesario por lo menos en un mundo cada vez más lejano de lo concreto. En el fondo Barcelona sigue siendo una rumba de los Chichos: alegre, divertida, cosmopolita, comercial pero con un toque gitano https://www.youtube.com/watch?v=-OcLz_WY0Ls (Ni más, ni menos). 





 
 
 

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