Melodías otoñales
- Loca Rina
- 27 oct 2024
- 5 Min. de lectura
Hoy no queda en el cielo
ni un remanso de azul.
“Otro otoño triste” M. Hernández
Cambia el horario y llega de lleno el otoño, parece como si poco a poco cambiara la melodía a nuestro alrededor: todo se ralentiza, cambian los colores, los olores, la lluvia y los grises nos llevan a una dimensión de nostalgia y distancia de la diversión veraniega. Y a mi, me encanta no tanto el otoño en sí sino el paso del tiempo marcado por los cambios de los cielos, de los ritmos, de la vida que fluye no obstante todo y todos, es el atávico amor, creo, hacia mi parte más corpórea e instintual, cuya memoria no está grabada en la parte racional de nuestro cerebro.
Vivimos en un mundo cada vez más rápido y virtual, donde me parece que se intente ignorar el paso de las estaciones, los cambios milenarios que regulan la naturaleza a nuestro alrededor, como si fuera un inútil pérdida de tiempo detenerse delante de un temporada que convida al silencio, a la elaboración de la muerte (de allí las muchísimas fiestas cristianas y paganas que se han transformado en consumismo extremo e insensato), a la reflexión, a la pérdida y al descanso, descanso que nuestro cuerpo y nuestra alma se merecen, a mi ver. Por eso está tan poco de moda, en el ruido del nuevo “futurismo”.

La poesía me ayuda a encontrar el sentido más bello y amargo del otoño porque sus versos se tiñen a menudo de dulzura y sufrimiento, metafóricamente se hace referencia a la oscuridad del mundo que está en acecho, incluso en los mejores momentos de la historia (y no lo estamos desde luego). La remoción de la metáfora del ocaso es el primer síntoma de que algo no va bien, porque es negación de lo que tenemos que vigilar, tanto a nivel individual, como a nivel social, es la semilla del mal oculto en la tierra mal fecundada:
“El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre”.
(“El otoño se acerca”, A. González)
Octubre, noviembre, diciembre para quien vive en nuestro hemisferio son los meses del descenso hacia la total quietud y hacia la pérdida de lo que ya no puede beneficiar a la vida (las hojas que caen y dejan al árbol desnudo son un icono del pasaje del otoño), pero también en la tradición popular campesina es la alegría de la vendimia, del vino, de las castañas sabrosas y juguetonas con las que los niños (cuando aún se les dejaba salir de casa) armaban bonitas batallas, bajos los cielos grises y el suelo pintado de rojos, marrones y amarillos. Yo recuerdo también las granadas, las azufaifas, las manzanas pequeñas, las peritas de agua, los nísperos siempre al centro de la mesa de mi abuela, que las recogía en el campo y las disponía como en una naturaleza muerta de Caravaggio, el recuerdo de esta imágen todavía es tan poderosa de evocar el olor y el sabor de aquella fruta que solía consumirse con queso. Es decir, el otoño para mi es poesía encarnada y sentimiento de resistencia y consuelo del mañana que será, tristeza de un año más hacia el final de la vida, pero con la promesa de la primavera, una vez cruzado el invierno; certidumbre que aunque todo sea mortal, la vida sigue en otros seres, formas y dimensiones. Mi abuela vive en mi memoria, en la de mis hijos y su enseñanza se perpetúa dejando lo bueno y lo malo, pero en forma de enseñanza infinita que es la esencia de la vida misma.
"Porque eres
sólo
una semilla,
castaño, otoño, tierra,
agua, altura, silencio
prepararon el germen,
la harinosa espesura,
los párpados maternos
que abrirán, enterrados,
de nuevo hacia la altura
la magnitud sencilla
de un follaje,
la oscura trama húmeda
de unas nuevas raíces,
las antiguas y nuevas dimensiones
de otro castaño en la tierra".
(“Oda a una castaña en el suelo”, Pablo Neruda)
He dicho antes que el otoño es resistencia y este aspecto a mi ver es el más odiado por el poder: nos preparamos a aceptar lo que vendrá pero también preparamos nuevas raíces, más fuertes y arraigadas, porque cultivamos semillas que son la posibilidad de un nuevo futuro anclado al pasado, como dice Neruda en su sencillamente maravillosa oda y Neruda de resistencia, sabía bastante.
“Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran
ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda
aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha”
(Otoño, M. Benedetti)
La admiración nostálgica del otoño, el recuerdo que precede la oscuridad y el frío del invierno (el futuro que se vuelve escarcha en el poema de Benedetti) son elementos con que la la poesía nos recuerda también que la vida es muerte, dolor y sufrimiento. Las palabras de Rosalía de Castro hacen estremecer mi alma de belleza y ternura, porque todos nosotros hemos probado una vez esta sensación que prepara el bajar de las tinieblas en nuestra vida:
“Ya toda luz se oscureció en el cielo,
cubriéronse de luto las estrellas,
y de luto también se cubrió el suelo,
entre risas, gemidos y querellas.
Todo en profunda noche adormecido,
sólo el rumor del huracán se siente
y se parece su áspero silbido
al silbido feroz de una serpiente.
¡Cuán tenebrosa noche se prepara!...
Mas al abrigo de amoroso techo,
grato es pensar que la hórrida tormenta
no ha de agitar la colcha de mi lecho”.
(“A mi madre”, R. De Castro)
Explorar esta esfera de oscuridad y dolor es importante para el ser humano, para profundizar el sentimiento “trágico de la vida” y pararse a sentir que no somos nosotros los únicos que viven en el universo y cuando la tormenta llega, como decía mi amadísimo Giacomo Leopardi los seres humanos tienen sólo una posibilidad: la social cadena.

“E tu, lenta ginestra, Che di selve odorate Queste campagne dispogliate adorni, Anche tu presto alla crudel possanza Soccomberai del sotterraneo foco, Che ritornando al loco Già noto, stenderà l’avaro lembo Su tue molli foreste. E piegherai Sotto il fascio mortal non renitente Il tuo capo innocente: Ma non piegato insino allora indarno Codardamente supplicando innanzi Al futuro oppressor; ma non eretto Con forsennato orgoglio inver le stelle, Nè sul deserto, dove E la sede e i natali Non per voler ma per fortuna avesti; Ma più saggia, ma tanto Meno inferma dell’uom, quanto le frali Tue stirpi non credesti O dal fato o da te fatte immortali”. (G. Leopardi “La Ginestra”) | “Y tú, lenta retama, que de selvas fragantes adornas estos campos despojados, también al cruel poder del subterráneo fuego sucumbirás, porque regresando al sitio conocido, extenderá su avaro filo sobre estas tiernas forestas. Y doblarás bajo el haz mortal, nunca reacia, tu cabeza inocente: pero no la inclinarás hasta entonces en vano cobardemente suplicando ante el futuro opresor; tampoco la yergues con desatinado orgullo para ver las estrellas sobre el desierto, donde la casa y el nacimiento no por voluntad sino por fortuna tuviste; sino que más sabia y menos enferma que el hombre, tus frágiles estirpes no creíste, por el hado o por los hechos, inmortales”. |
Como la retama o como la hormiga, podemos resistir y existir solo unidos y en la idea de que lo que hacemos de bueno no será por fuerza a nuestro propio beneficio, pero solo así la vida tiene un poco de sentido, solo así deja de ganar la nada y el mal que nosotros mismos alimentamos.
¡Qué tengan un buen otoño gente loquita, de introspección y buena cosecha interior!










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