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Entre luz y sombra, pero nunca sin literatura.

“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”


The beauty of dystopia is that it lets us vicariously experience future worlds - but we still have the power to change our own.



Será que ayer cumplí los años, será que como cada año coincide con el solsticio de invierno, un día simbólicamente atado al punto máximo de oscuridad y por extensión al comienzo del ascenso hacia la luz, será porque se acerca el final del 2025 con todo su cargo de amargura, de crisis socio-política y de valores, será porque me siento afortunada en lo cotidiano y terriblemente desdichada por lo que ocurre en el momento histórico en el que vivo, que me ha venido a la mente la constante tensión entre utopía y distopía en la literatura, como cara de la misma medalla. 


Antes quiero detenerme un momento sobre una pregunta que a menudo (muy a menudo) me hacen mis estudiantes (y puedo imaginar los de todo el mundo): ¿para qué sirve la literatura? A parte de utilizar una frase qué me dijo una vez una colega y que ella emplea para contestar a la misma pregunta sobre las matemáticas (es decir que no son siervas de nadie), me tomo siempre un momento para recordarme también a mí misma, porque en una escuela que va cada vez más enfocada al utilitarismo y a la práctica, la literatura, incluso la que es antigua, difícil (para los estudiantes de hoy), críptica y no inmediatamente accesible, sigue siendo un faro en la niebla. Un punto al que no quiero y no puedo renunciar. 

La literatura no sirve en sí, pero existiendo fuera del tiempo y del espacio nos da la posibilidad de vivir (tanto cuanto queremos) en un mundo virtual, posible, infinito, irreplicable, sensorial, mutable (podría seguir con los adjetivos hasta el infinito) y de ser todo lo que deseamos, incluso lo que odiamos, los que nos asusta, nos repele o nos provoca placer. Despierta la imaginación y nos proyecta hacia mundos que dialogan más allá del tiempo: con el pasado, con el futuro y con el presente. Si muere la literatura, queda sólo la realidad y me temo que no es suficiente para el ser humano. 





Entonces creo que el concepto de distopía y utopía dentro de la literatura son dos polos particularmente interesantes, porque nos permiten imaginar realidades posibles o caminos que seguir dentro de una sociedad que ha perdido el rumbo. Margaret Atwood, la escritora canadiense del “Cuento de la criada” (entre muchas otras obras) ha llamado su novela “ficción especulativa” para remarcar como lo que ella escribe no es la visión de mundos particularmente distantes de los nuestros, como por ejemplo pasa en la divertida novela de G.R. Martin “Los viajes de Tuff” o en general todo el hilo distópico atado a la ciencia ficción y que tanto ha influenciado el cine y las series, sino que ella imagina algo que, aunque profundamente inquietante, es uno “sliding doors” de la realidad muy cercano a la posibilidad. Cuando leemos el cuento de la criada el horror que nos provoca está justo en esto, en sentir que es un mundo que no se aleja demasiado de nosotros, cuyo germen en potencia ya existe. 


Si en la distopía nos adentramos en lo que nos asusta o disgusta, con la utopía (su hermana gemela) podemos divisar mundos posibles de armonía. 

Cualquiera que tenga conocimientos, aunque básicos, de la cultura española difícilmente puede acercarse al tema sin pensar en “Don Quijote de la Mancha” el cual más que evocar mundos posibles nos enseña que significa en la realidad esforzarse para luchar por un mundo utópico, mejor. La grandeza de Cervantes allí es de mostrarnos la trivialidad de la realidad, comparada con el esfuerzo constante de transformarla en algo mejor. 

Al principio no le entendieron a Cervantes, que sí escribía bien, que sí “El Don Quijote” era para morirse de las risas, pero en su época murió en desgracia porque no comprendieron las miles de lecturas que tiene su obra y la grandeza de su obra: el lazo entre realidad, distopía, utopía, imaginación, crítica de su tiempo, exploración del humano (¿Distópico no?). Su lucha contra los molinos de viento, que querría que fueran gigantes solo para derrotarlos y hacer del mundo un lugar mejor, se transforman también en el símbolo de la eterna lucha entre idealismo y realismo, bien y mal, oscuridad y luz. Eterna lucha del ser humano que sin duda no inventó Cervantes, pero la verdadera belleza de la obra, para mi, reside en el antídoto contra el mal: el mundo se enfrenta con los demás, a la sociedad no les sirven los héroes solitarios sino hombres, mujeres que sean amigos, compañeros de viajes, humildes seres humanos con quien hablar, contar, comer, defender y tratar. La distopía (y quizás por extensión la realidad misma de la sociedad en que tenemos que vivir, ya que me temo sean más los elementos distópico que utópicos en el presente) se enfrentan con la tenencia de quien no deja que se pierda la palabra, la historia, la voluntad de contar historias imaginar mundos (pienso en Orwell y en su batalla contra la pérdida del lenguaje). 


El mismo Cervantes, ya entristecido por la vida y por la nostalgia de un Renacimiento que sentía lejano, escribe el epitafio de Don Quijote: 


“Yace aquí el Hidalgo fuerte

Que a tanto extremo llegó

De valiente, que se advierte

Que la muerte no triunfó

De su vida con su muerte.

Tuvo a todo el mundo en poco;

Fue el espantajo y el coco

Del mundo, en tal coyuntura,

Que acreditó su ventura,

Morir cuerdo y vivir loco”.


Mientras lo hace morir, entrega su lucha y su locura a la gloria del tiempo. El hombre muere, el mito de un loco que quiso imaginar que el mundo fuera un lugar mejor no. Por esto existe la literatura, porque pinta mundos en los cuales eternamente podemos encontrar soluciones o problemas que se esconden debajo de la retórica del tiempo en que vivimos. Si dejamos que se deje de leer, o peor aún de comprender e imaginar lo que leemos, no habrá lugar para nada más que una noche eterna de los individuos. El infierno dantesco en su metáfora más prodigiosa pertenece a los que no supieron salir del horror de su tiempo: 


“Questi non hanno speranza di morte 

e la lor cieca vita è tanto bassa, 

che ’nvidiosi son d’ogne altra sorte.                          


Fama di loro il mondo esser non lassa; 

misericordia e giustizia li sdegna: 

non ragioniam di lor, ma guarda e passa”


(Canto III, Infierno) 



Mi deseo para el 2025 es que exploremos más la distopía de nuestros tiempo, mirando al horizonte de nuevas utopías posible. 





 
 
 

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