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"El patriarcado ha muerto" pero yo lo veo vivito y coleando.

La semana pasada, el 25 de noviembre, fue una jornada de lucha activa en contra de la violencia de género, promovida por la ONU. 



Si echáis un vistazo a los números publicados en el artículo de arriba, os daréis cuenta de la plaga que es la violencia contra la mujer. Aunque parece que a los políticos, sobre todo de cierta orientación (pero no solo), no les guste mucho que se diga, las mujeres todavía mueren por una razón muy clara: el patriarcado. 


Yo me ocupo de feminismo igualitario, patriarcado y lucha por los derechos y la relevancia cultural de la mujer todo el año, porque dudo mucho que baste acordarse una vez al año. Hablando con los chicos y las chicas, siempre se evidencia cómo las diferencias de género y la relativa educación desde la infancia, pasan por ideas completamente normalizadas: juguetes para niños y para niñas; idealización romántica del amor; uso de los colores en la ropa; tareas domésticas; características estereotipadas;  ecc… 

La lucha para una sociedad donde no haya diferencia entre hombres y mujeres, tiene que ser constante y atenta y, por como yo la concibo, debe incluir todos los temas relativos a la identidad de género y a la aceptación de los individuos más frágiles: transexuales, lesbianas, gays. En una sociedad que tiene a la base de su pirámide todavía la familia tradicional donde el hombre es el fulcro económico y de poder de la estructura misma, la inclusión de las familias arcoiris y la aceptación de que no basta el sexo biológico para encasillar a una persona, son elementos altamente subversivos. Cuando escucho frases tipo: “¿Por qué no celebramos el día de los hombres? o ¿Por qué no se hace un “etero pride”? se me abren los ojos como platos. La respuesta es tan evidente que no hace falta ni recurrir a la demagogía para contestar. Simplemente no es necesario manifestar por derechos que ya existen. Punto. Punto y línea nueva. 



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Yendo al grano: como trato de ocuparme siempre de los derechos de las mujeres y del tema de la violencia de género, no sabía si abordar la cuestión en clase con una lección “especial” durante la semana del 25 de noviembre, hasta que una maravillosa alumna de impávido corazón me preguntó: “Profe, ¿Podemos hablar un poco de la violencia de género, ya que me temo que si no lo hacemos en su clase no lo haremos con nadie?”. No es así siempre en la escuela, pero me temo que es así a menudo. Entonces entablamos una conversación en la que las chicas y los chicos contaron cómo se sentían con respecto al tema. No fue fácil, porque hablar de cómo nos sentimos delante del dato que muere una mujer cada diez minutos en el mundo, por feminicidio, es escalofriante. Tener miedo al salir de noche, de día, al ir a  la playa, a la montaña, justificarse por la ropa que se lleva, escuchar comentarios sobre el propio cuerpo, madres y padres que quieren proteger diciendo de no salir a la calle, de no beber, de portarse bien. Es algo normal para las chicas, pero no es menos duro. A esto sumamos las experiencias directas, horribles, sórdidas, eternas: no hay chica que no tenga una que contar. 

Los chicos también están asustados, ¿puedo hacerlo yo también?, ¿cómo ayudo a mis amigas, hermanas, madres? Y tienen razón al estar asustados, porque 137 hombres que matan a 137 mujeres en un día, no puede ser casual, no puede ser solo una locura transitoria. Es cultural. Yo misma estoy asustada por mis hijos: educar a un varón a ser feminista. Educarlo a estar siempre con ellas, sobre todo cuando están tristes y asustados. Cuando una relación termina. Cuando una amiga es acosada en un lugar público. A no ser parte de la manada. No es casual. Las mujeres mueren porque los hombres no aceptan los límites de un poder invisible que la sociedad les otorga. Un poder que la sociedad les ha enseñado que deben tener y mantener. 

En mi tercero vimos este anuncio, es de Argentina, tiene sus años pero sigue siendo de gran impacto y muy interesante para reflexionar: 



La violencia se perpetra en familia, las mujeres la soportan y se rinde. En las escuelas toleramos comportamientos como que se piropee a una chica, que el rosa no sea para hombres, que las niñas lloren y los niños no. No es de derecha, ni de izquierda como no deberían ser los derechos humanos. Hay que  luchar contra una sociedad burguesa que ha delegado el cuerpo de la mujer a un objeto de negocios: casarse “bien” para ser felices, relegadas en papeles marginales pero viviendo tranquilas (en apariencia). Todos recordamos a Virginia Woolf cuando escribió en “Professions for Women” que tuvo  que matar al ángel del hogar para poderse dedicar a la literatura y que había sido lo más difícil que tiene que hacer una mujer para poder ser ella misma. Nosotras no somos inmunes a la educación que recibimos y solemos cargar con muchas culpas. Las madres son las primeras que no logran librarse de las cadenas y nos atamos  a ellas, generación tras generación. 


Este año con el aire que se respira, donde se habla mucho de violencia de género, pero poco de sus causas, con las chicas (tengo testimonios directos) que permiten a los novios controlarles el móvil y que a menudo se visten para complacerlos y con chicos que ven todo esto normal, me parece volver atrás en el tiempo. Otro salto en la oscuridad de este momento histórico. Entonces tengo más ganas que nunca de leer y analizar “Bernarda Alba”, esta obra maestra del teatro que Lorca llevaba a los pueblos de España porque pensaba que tener acceso a la cultura, ver en escena como actúan las personas bajo la ignorancia, era la clave para la liberación del ser humano.


Acto final

Bernarda - Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!  (A otra HIJA.)  ¡A callar he dicho!   (A otra HIJA.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos todas en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”

(Telón.)


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Para que nunca más sean las mujeres las que prefieran que baje el silencio y quede intacto el honor (un honor que es en realidad un deshonor). Porque lo único que se pide es la libertad de ser lo que deseamos, hombres y mujeres, libres de las cadenas del condicionamiento social. Para las hijas que no tengo, para los hijos que tengo, para mis alumnas, mis amigas, para las madres, las tías, las abuelas. Para que un día el telón baje, siga el silencio y ninguna mujer haya muerto por ejercer su derecho a ser libre. Por eso seguimos luchando, con las palabras que son cuerpo, tabù y resistencia.


 
 
 

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